Idiot drugstore


"This city never sleeps gos everybody's sniffing coke"

La primera vez que vi a Samantha estaba sentada en mi sofá sin saber que hacer.

Había llegado ahí tras un festivo viaje a Buenos Aires con algunos de mis amigos. Claro, mis ingresos se reducían a lo que pagaban las escuetas redacciones de los pasquines locales, por lo que ni pensar en moverse, menos fuera de esta ancla a la que llaman Chile. Aparte prefería gastar mi dinero en drogas. Y como lo prefería.

Esa noche organice una borrachera en mi casa, a ver si alguno de mis idiotas amigos se dignaba a traer una botella de calidad entre las manos, o algo que me noqueara. Y así fue. A estos niños bien les enseñan desde pequeños que deben entrar por la puerta del frente y con las manos llenas. Bourbon, algo de tequila, y botellas apellidadas Sour pagaban la cuota de inscripción. Al menos eso pensé cuando dejé mi Steinbeck por abrir la puerta. Ya estaba algo borracho cuando llegaron.

Una cofradía de gringos hiperventilados llenó la pequeña sala de mi loft a pie de cerro hasta volverla una pequeña ONU. Creo que exagero cuando digo que iban desde suecos hasta coreanos, ya que solo había una sueca y un coreano. El resto lo completaba una amplia variedad de la más selecta estupidez del sueño americano.

Lo primero que pensé al verla fue que mierda hacia con esta tropa de imbéciles. Pero no me anime decírselo. Mi vaso de jacky sin hielo me entretenía la conciencia mientras esperaba que las benzodiacepinas hicieran lo suyo.

Había llegado con un tal George, un paliducho de Carlso City que insistía con lo de que a todas las argentinas se les notaba el “camel toe”. Era un tremendo hijo de puta, pero había traído el whiskey y una bella chica, y eso en mi mundo le daba la libertad de hablar de la vagina de mi madre si se le apetecía. Creo que era su novia… Pero estaba sentada en mi sofá.

Rellene nuevamente mi vaso. Debe haber sido el noveno shot de jacky doble de la noche. Y llené otro. Me acerque tambaléate con los dos vasos en las manos y un inglés de colegio público entre las fauces, que ha esta altura del bourbon parecía que lo había aprendido de la mismísima puta reina de Inglaterra.

Solo pude decir lo que clonazepam, acampado en mi parietal, me permitía articular -No te parece una real mierda la música que estos gueones han puesto- a lo que ella respondió con una sonrisita de esas perfectas. De princesa yankie en su sweet sixteen. Como si toda la vida la hubiese practicado para mostrársela a algún puto latino borracho. No, más bien era como esas sonrisas que se le da al jardinero cuando no para de hablar de cómo afecta las heladas a los crisantemos. O sobre su mujer.

Obviamente no había entendido verga lo que le decía. Y no le iba a ir con eso de cómo te llamas, que es realmente para imbéciles.

Me senté incómodamente a su lado. Los chicos se motivaban con pope, mientras yo intentaba sacarle una palabra. No fue necesario. Me miro de reojo y dijo – I’m Samantha- a lo que respondí - I Samantha, do you like sniff cocaine??

Y a la mierda los pasajes.

Le dí la mejor cocaína que ese culo hawaiano había probado. La había comprado el día anterior a un tipo que la guardaba en su muleta. No sé si ese bastardo había quedado cojo tanto jalarla, el hecho es que tenía a una linda chica rubia esnifando esa dulzura de mi pierna. La tome de la mano mientras su nariz se reponía de la experiencia, acerque mis labios a su boca y la besé. Y no se negó.

Fue entonces cuando una botella reventó en la muralla. Había sido el cretino de George que reclamaba a su chica, pero el muy imbécil no considero que había cometido dos errores de la puta madre: retarme a golpes y desperdiciar media botella de bourbon en el intento. Ese yankie de segunda no sabía lo que un hombre con benzodiacepina y cocaína en su sistema era capaz de hacer. Y se lo demostré. Antes de que dijeran agua va, ya estaba sobre puto gringo atizándole la mollera. Fue perfecto.

Mi mano iba y venía de su cara mientras el muy marica sollozaba un balbuceo – pblisss… pblisss-. Le hubiese arrancado la lengua con tal que se callara y me dejase terminar la faena. Estaba molido el muy cerdo.

Tres hombres se necesitaron para que lo soltara. Estaba exhausto.

Me senté nuevamente al lado de Samantha para ver como revivían al muy patético. Me di un par de puntas de coca y note que ese subnormal me había arruinado la camisa. Lo hubiese reventado, pero esta vez fue la chica quien me pidió que no lo hiciera. Y no tenía ganas de contradecirla.

La velada había acabado.

En la huida el coreano llevaba al perdedor sobre su hombro. Una fucking niña de papá con aires de Dorothy volvió llorando por Samy. Ella negándose le dio una bofetada y dijo - I will stay with him-. Se volvió sobre mi cuerpo y me besó.

Solo podía pensar mientras la llevaba a mi cuarto, que es cocaína como se dice amor en todo el mundo. Y esa noche si que estábamos duros de amor.



J.F

1 comentarios:

Desmond Rentor. dijo...

eri un grandísimo hijo de puta J.F

pero de los mejores...
no paro de reirme.

un abrazo cuate


pd: a todo esto es raro ver palabras claves mutantes, te digo la q me salió para postearte esta lacra de comentario: Colime